Como todo en la naturaleza, los seres humanos se mueven más allá de las fronteras para buscar refugio. La migración siempre ha jugado y seguirá jugando un papel de suma importancia en el plano terrenal. Migramos para sobrevivir, para superar la pobreza, el hambre, el miedo y la violencia. Estos son factores determinantes que no pueden ser negados ni escondidos. Cuando nos movemos más allá de las fronteras, somos buscadores y viajeros del tiempo, imaginando un mejor futuro. Como buscadores, vamos acompañados de sueños, de fé y de esperanza. Y todas las decisiones conllevan a uno o a muchos riesgos que, al final, valen la pena para encontrar una mejor condición de vida, seguridad y refugio.
Hay muchas historias de migración y de refugio en Oregon. Una de estas historias vive en los corazones de Judith y su mamá, Jovita.
La Señora Jovita es de Cuernavaca, Morelos, en México. Es en Cuernavaca donde pasó setenta y cinco años y crió a sus trece hijos e hijas. Pero la Señora Jovita tuvo que abandonar su vida en México y en 2018 se dio a la fuga hacia la frontera de Estados Unidos. Mataron a miembros de su familia extensa de manera brutal. La Señora Jovita huyó de su antiguo refugio para encontrar uno nuevo. En Estados Unidos la esperaba su hija, Judith, quien ha vivido aquí más de veinte años.
Judith esperó a que su mamá cruzara la frontera de forma segura para juntarse en Oregon. La familia tenía la esperanza de que la Señora Jovita podría entrar a los Estados Unidos y que la familia estaría finalmente reunida. Aunque otros miembros de la familia consiguieron cruzar la frontera, a la Señora Jovita no la dejaron pasar. Las autoridades le dijeron que no podía entrar porque personas mayores de setenta años no iban a trabajar. La Señora Jovita estuvo cuatro meses sola en un centro de detención de San Isidro, en California. Durante este tiempo, su salud se deterioró. Sin su familia, se sentía deprimida y comenzó a experimentar síntomas de pérdida de memoria. Cuando Judith la llamó, la Señora Jovita no sabía si estaba todavía en México o si ya había llegado a los Estados Unidos.
La separación de las familias en la frontera no es algo nuevo, es un acto vergonzoso y sin escrúpulos que se repite diariamente. No solamente se separa a los niños y niñas de sus familias, sino también a las personas mayores de edad.
En las familias latinas, cada uno tiene un rol y los abuelos, las abuelas y las personas mayores cumplen una función importante. Son personas que aconsejan con su sabiduría y experiencia, que brindan amor a los nietos y nietas y que apoyan a sus hijos e hijas. A menudo, en los hogares Latinos conviven varias generaciones y las personas mayores no pierden su estatus cuando sobrepasan la edad laboral.
En el centro de detención, las autoridades dejaron a la Señora Jovita a su suerte, sin la protección de los suyos y sin una salida. Mientras tanto, Judith buscaba la forma de sacar a su mamá del centro de detención. Encontró a una abogada que las apoyó y las orientó. La solución que les presentó fue que una persona ciudadana se hiciera responsable de ella. Un amigo de la familia tomó la responsabilidad y después de cuatro meses de navegar el sistema, pagar por los papeles nuevos, y suplicarle al juez, liberaron a la Señora Jovita.
Cuando Judith vio a su mamá, la Señora Jovita estaba delgada, su cabello áspero y durante todo ese tiempo no había tenido acceso a medicinas necesarias. La primera tarea de Judith fue reparar los daños—la pérdida del hogar de toda su vida, de sus amigos y familiares, de sus mascotas, de su idioma, de su cultura, y finalmente, el daño de su detención.
La separación de las familias en la frontera supone una medida punitiva que disuade a que otras personas migren. Estas prácticas nos dejan un sabor amargo que marca nuestras vidas. Las políticas de inmigración no reconocen que las personas mayores nos apoyan en la vida cotidiana. Según Judith, “hay que valorar lo que tenemos. Tengo a mi familia, mi esposo, mis hijos y mi madre”.
Las políticas de separación de familias tampoco reconoce la fuerza de la cultura de los migrantes en los Estados Unidos, una cultura de cuidados a través de generaciones.
Cinco años después de cruzar la frontera, nos sentamos con la Señora Jovita, de 80 años de edad, y su hija, Judith, en un granero donde se celebra una barbacoa comunitaria.
Hay murmullos de inglés, español, spanglish y otros intentos de comunicación a través de idiomas. A muchas preguntas, la Señora Jovita responde “no sé” o “no me acuerdo”. La pérdida de memoria continúa pero cuando la Señora Jovita habla, sonríe impasible, mientras Judith juega con su pelo largo y blanco. Judith también sonríe y le ayuda cuando se le olvidan algunas respuestas. Judith está encantada y alegre de estar con su madre. Esta escena es el reverso de la separación familiar. Madre e hija reunidas en su nuevo refugio.
La falta de oportunidades empujó a Judith al norte hace más de 20 años. La brutalidad y la violencia contra su familia empujó a la Señora Jovita de México hace cinco años. Judith ha realizado trabajos difíciles en Estados Unidos y ha criado a sus hijos aquí. Juntas, han aguantado el sistema de inmigración inhumano e ineficiente de los Estados Unidos. Judith todavía no puede salir de los Estados Unidos con la certeza de que pueda regresar. Hay mucho qué extrañar. Hay mucho que da rabia. Hay mucho que no es justo. Pero el sueño de un migrante es ver el progreso de la familia.
Judith dice que los Estados Unidos es su hogar aunque no haya nacido aquí. Es complicado. Aquí ha estado con su familia por muchos años; aquí ha tenido la oportunidad de ver los logros de sus hijos; aquí ha trabajado para conservar su hogar. Ella vino con ilusiones de vivir de manera diferente y con más seguridad que en México. Aquí está su casa y aquí está su refugio.
Judith quiere que la gente sepa que muchos migrantes están en detención, separados de sus familias y en espera de una respuesta. Estos migrantes han atravesado muchos países durante varios meses para llegar acá. Y vienen con el deseo de que les permitan luchar por sus sueños y que no se los roben.
Para los que llegamos como migrantes, el día a día es un compromiso para trabajar y asumir nuestras responsabilidades. Trabajamos en el campo bajo el sol. Trabajamos en la construcción soportando el calor para poner los techos de la comunidad. También nos toca trabajar de noche. A aquellas personas que no ven lo que los migrantes aportamos, que se acerquen a nosotros para que puedan entender y ver cómo construimos nuestro refugio.
Este artículo se publicó con el apoyo de la beca Oregon Humanities' Community Storytelling Fellowship. Otras historias y entrevistas se pueden encontrar aquí.
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