Dicen que el verde es vida y que el campo crea la vida. Dejé México a los veintinueve años de edad para trabajar en el campo, en los Estados Unidos. Mientras tenga la fuerza y la posibilidad de hacerlo, seguiré dedicándome al campo, aunque sólo sea para contemplarlo. En su apogeo, durante la primavera y el verano, el campo saben presumir sus tonalidades de verde. Es un gran deleite para nuestros ojos y es la fuente de trabajo que nos permite seguir siendo proveedores. Día a día ganamos y gastamos los famosos dólares, también conocidos como los verdes.
Tengo experiencia trabajando en los campos desde la primavera hasta la cosecha, y también en los lugares donde se almacenan las papas y las cebollas. Cultivar verduras es una experiencia inolvidable. En la limpia, por ejemplo, vemos cómo germinan las zanahorias, con sus hojas de un color verde que te enamora pero que se confunde fácilmente con la maleza; y la maleza se respeta: sin ella no existiría el trabajo del campo que realizamos durante la limpia.
Los campo de Oregon son increíbles. Es nostálgico recordar las mañanas frías o muy calurosas; los días de lluvia o de viento; los impresionantes colores que el mismo cielo nos ofrece y que podemos apreciar, mezclándose con los surcos verdes de maíz o de cebolla. Eso es asombroso. Y es satisfactorio saber que muchas familias recibirán en su mesa alimentos que el campo les entrega y que las manos de trabajadores agrícolas manipularon.
Tiene que haber mejoras en el sector agrícola. Es justo que este trabajo se denomine como esencial porque su remuneración solo alcanza para lo esencial. La meta es ver más apoyo para quienes se desgastan físicamente para llevar la comida a las mesas de todo el país. Durante generaciones, la injusticia se ha hecho presente en las vidas de quienes trabajan en el campo y esto continúa hoy en día. Hasta la misma dignidad se ha dejado a un lado.
Ser una persona migrante conlleva a muchas experiencias, pero también hay migrantes de migrantes. Si tienes la “green card”, la muy deseada, codiciada y valorada tarjeta verde, perteneces a otro nivel. Tienes más puertas abiertas, más posibilidades de progresar, y eso crea una brecha entre lo que puedes y no puedes obtener. Ciertamente, eso no es una barrera para las personas con espíritu emprendedor, porque aquí se viene a lo que se viene, se viene a trabajar. No importa de qué lugar vengas, podemos tener diferentes costumbres, lenguajes, comidas, diferentes formas de vestir y gustos musicales con una muy extensa diversidad en todos los aspectos. Pero en el campo, en lo que conocemos como “el fil”, hacemos un solo y único trabajo. Al principio de la temporada, limpiamos “los files” de zanahoria o de cualquier otra fruta o verdura. Trabajamos en equipo y sobrellevamos las eventualidades que el clima nos vaya ofreciendo.
Después de la cosecha, cuando se acerca el invierno, se empieza a pensar en las fiestas decembrinas que comienzan el 12 con la celebración de la Virgen de Guadalupe. La Virgen, conocida como reina de México y emperatriz de las Américas, se viste de un verde único y los creyentes sabemos que es la Madre de Dios. Las fiestas decembrinas son tiempos de nostalgia, alegría, esperanza, y también de reflexión, porque es común reunirse en familia y a veces es triste ver la silla vacía de quienes se han adelantado al viaje eterno.
Hace poco visité la última morada de mi madre. Su lápida me recuerda el tiempo que tuvo en esta vida. Debajo de la lápida, una alfombra verde cubre el hueco que resguarda la caja gris y dentro de la cual están los restos de ella que por seguro serán de color blanco. No sé en qué lugar descansarán mis restos pero me gustaría que fueran recubiertos con una alfombra verde igual a la de mi madre, porque dicen que el verde es vida.
Este artículo se publicó con el apoyo de la beca Oregon Humanities Community Storytelling Fellowship. Otras historias y entrevistas se pueden encontrar aquí.
They say that green is life, and the fields provide it. I left Mexico at twenty-nine to work in the fields in the United States. I have been an agricultural worker much of my life, and for as long as I have the strength and opportunity, I will dedicate time to the fields, even if only to contemplate them.
The fields, at their peak in spring and summer, display all shades of green. It’s a delight for our eyes and also allows us to provide for the home, to obtain and spend dollars—greenbacks. We work the green to earn the green.
I have worked the fields from spring to harvest, and I have worked in the barns where potatoes and onions are stored. Raising vegetables is an unforgettable experience—even weeding—watching as carrot seedlings sprout from the earth. They are a color of green that makes you fall in love, but also causes confusion; the young plants blend in with the surrounding weeds. We respect weeds: without them there would be no weeding, and no work for us.
The farmlands of Oregon are incredible. With nostalgia I remember cold mornings and sweltering ones, days of wind and days of rain, and spectacular colors offered by the sky for our appreciation. These colors blend into the green grooves of the fields, corn and onion alike. It’s an astonishing sight. It is satisfying to know that many families will have food on their tables from these fields, through the hands of the workers.
This work, and the entire agricultural sector, needs improvement. It is aptly called “essential work,” because it pays only enough to cover essentials. Our goal is to see more support for those who exhaust themselves physically to put food on the tables of the entire country. Farmworkers have experienced injustice for generations, and it continues today; dignity itself has been left to the side.
Being an immigrant brings with it many experiences, and not all immigrants are equal. If you have a green card—the much-desired, coveted, and valued proof of permanent residency—you’re on another level. You see more open doors, more possibilities, more progress. There’s a large gap between what you can obtain with one or without one. This is certainly no barrier for those with an entrepreneurial spirit, because we’re here to do what we’re here to do, and we’re here to work. No matter where you come from, whatever customs, languages, cuisines, clothing, or musical tastes you may bring with you, in "el fil", as we call the fields, we all do the same work. We start as the season begins, weeding the rows of carrots, or whatever other fruits or vegetables. We learn to work as a team to overcome any scenario the weather offers us.
After the harvest, as winter approaches, we begin to think of the December holidays, which start on December 12 with the celebration of the Virgin of Guadalupe. La Virgen, known also by her titles Queen of México and Empress of the Americas, always wears a unique green. Believers know she is the Mother of God. The December holidays are a time of nostalgia, happiness, and hope, but also of reflection. As we gather with family, we are sometimes saddened to see the empty chairs of those who have gone ahead on their eternal journeys.
I have visited the final resting place of my mother. Her headstone reminds us of her time on this earth. Beneath the stone, a green carpet covers the grave that protects her gray coffin. What remains of her must surely be white.
I don’t know where my bones will rest, but I would like them to be covered in a green carpet like my mother’s, because they say green is life.
This article is presented as part of Oregon Humanities’ Community Storytelling Fellowship. You can find more stories and interviews here.
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